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Javier VILLAMAYOR  Teniente de Alcalde y Comisionado de los Juegos Mediterráneos Tarragona 2018

Javier VILLAMAYOR  Teniente de Alcalde y Comisionado de los Juegos Mediterráneos Tarragona 2018

En una ciudad como la nuestra, de origen milenario y con un impresionante legado histórico, no es habitual que al echar la vista atrás nos detengamos a analizar lo que fue una parte de ella hace apenas 40 años. Una parte de esa “otra” Tarragona, desaparecida físicamente y difuminada en la memoria de muchos tarraconenses, era conocida como el barrio de “La Esperanza”.

¿Por qué es necesario recordar su existencia si no forma parte de nuestro actual paisaje cotidiano? ¿Dónde se erigió ese barrio y para quiénes? ¿Qué se construye hoy en el mismo lugar en el que se encontraba “La Esperanza”?

“La Esperanza” tuvo su origen en la gran riada de octubre de 1970 que afectó gravemente a buena parte de las chabolas que aún existían en los márgenes del rio Francolí. Este hecho forzó a las autoridades de la época a poner fin, de una vez por todas, al problema del barraquismo en Tarragona. Conviene recordar que, en su política de erradicación del chabolismo, el Consejo de Ministros franquista había encargado al Instituto Nacional de la Vivienda la creación de las “Unidades Vecinales de Absorción”: conjuntos de viviendas de carácter social, pensadas como construcciones provisionales y erigidas mediante materiales prefabricados y de baja calidad. A Tarragona se le asignó entonces una “Unidad Vecinal de Absorción” de 200 viviendas.

Aunque entre 1960 y 1970 el chabolismo se había reducido considerablemente en Tarragona, tales medidas en materia de vivienda durmieron el sueño de los justos hasta que se produjo dicha riada. El 16 de octubre de 1970 las autoridades locales acordaron trasladar de forma provisional a las 73 familias que aún vivían en chabolas al Preventorio de la Savinosa.

Posteriormente, en 1972, después de una intensa campaña promovida por el Secretariado Gitano de Tarragona, se acordó iniciar la construcción de una barriada “intermedia”, compuesta por 114 pequeñas viviendas de 36 m², que recibiría el nombre de “La Esperanza”.

La construcción del nuevo barrio en una vaguada situada entre Bonavista y la carretera de Reus se inició en 1973 y finalizó en febrero de 1976, fecha de su inauguración oficial. Se intentó que los equipamientos del barrio fueran equiparables con los de cualquier otro barrio; había guardería, escuela infantil y de adultos; comedor infantil, dispensario médico, y centro social. A pesar de que sólo 5 kilómetros separaban sus calles del centro de la ciudad, la distancia parecía casi infinita para la mayoría de tarraconenses que nunca pisaron sus calles.

Las viviendas de “La Esperanza” debían servir a sus vecinos “de puente” entre las chabolas y el acceso a nuevas viviendas ya definitivas. Mediante estas políticas de promoción de vivienda y cohesión social, y tras una “fase previa de adaptación” (según se decía en varios documentos de la época), se pretendía facilitar la integración en la vida comunitaria de las familias que habían vivido durante casi toda la vida en chabolas o en la marginalidad. Así pues, cerca de seiscientas personas (el 82 % de etnia gitana) pasaron a ocupar las viviendas del barrio. La gran mayoría de ellas eran analfabetas y vivían de la venta de chatarra y cartones, de vender ajos por los mercadillos o de la mendicidad. Lo cierto es que prácticamente nadie tenía un trabajo estable.

La asistente social, y posteriormente concejal de servicios sociales y educación en el Ayuntamiento de Tarragona, Inmaculada Sastre, y el padre jesuita Juan de la Creu Badell, responsable del Secretariat Gitano para Tarragona, tuvieron un papel muy destacado en la creación del barrio y en la promoción del pueblo gitano. También realizaron una importante labor las monjas vedrunas: Nuria Meroño, Àngels Soques y Fina Grau, que residían en el mismo barrio y ejercieron como maestras o impartieron cursos de “promoción de la mujer” entendidos en el contexto de la época (P. ej. enseñar corte y confección).

Mi madre, Sefa Caamaño, que trabajó primero con Inmaculada Sastre elaborando el censo del barrio y luego como educadora en la guardería del mismo, me cuenta algunas anécdotas: “Nos mandaron elaborar un censo y nos encontramos que algunas de las familias no disponían de ningún tipo de documentación ni constaban registradas en ninguna parte. Ni siquiera sabían con certeza su fecha de nacimiento, ni la de sus hijos. A veces te decían: “Mi hijo nació pá la vendimia o pá la recogida de las aceitunas del año pasado, o de hace dos años “. Con ese tipo de datos teníamos que trabajar. Una de ellas, cuando consiguió tener toda su documentación en regla le dijo muy contenta: ahora sí que soy persona”.

En aquellos primeros años la entonces potente A.VV. de Bonavista colaboró también estrechamente con los vecinos de “La Esperanza” en diversas reivindicaciones, por ejemplo, para que el autobús llegara al barrio o para que se mejorara el servicio de limpieza.

 

A mediados de los ochenta muchas de las familias residentes que habían conseguido progresar al conseguir un trabajo más estable fueron abandonando el barrio y se trasladaron a vivir a Bonavista, Campclar y Torreforta. Es el caso de la célebre “Maria Follones” que consiguió un empleo fijo en una empresa de limpieza. Se empezó progresivamente a tapiar o demoler las viviendas desocupadas.

Fueron años en los que la venta y consumo de droga en el barrio vivió un “boom”. La degradación iría en aumento, hasta convertirse en una especie de supermercado de la heroína y en uno de los principales puntos negros de la provincia en todo lo relacionado con la droga y la delincuencia. Incluso las tres religiosas que vivían allí ante el duro y peligroso cariz que estaba tomando la vida en el barrio decidieron trasladarse a vivir a Bonavista, aunque siguieron desempeñando su trabajo en el mismo.

M.ª Carmen Almonacid que trabajó muchos años como monitora de manualidades en el centro social y que vivía en Bonavista me comenta: “ En aquellos duros años cuando terminaba mi trabajo, algunas madres mandaban a sus hijos mayores a que me acompañaran hasta la entrada de Bonavista, pues por el camino era habitual encontrarse con gente muy poco recomendable”.

En 1990 quedaban apenas 40 familias en el barrio y tan sólo 9 o 10 eran de las que habían llegado en 1976. Todos los intentos por parte de las administraciones públicas de remediar la situación fueron infructuosos y en 1995 se decidió derribar lo que quedaba del barrio.

La última etapa de “La Esperanza”, que siempre tuvo algo de “territorio comanche” para los ciudadanos de Tarragona, ha sido desgraciadamente la que ha quedado grabada en la memoria de la mayoría.

Conviene remarcar, transcurridos veinte años desde la demolición del barrio, que sobre sus cimientos se construye hoy la Anilla Mediterránea de los Juegos, el mayor proyecto de regeneración urbana de la historia reciente de Tarragona.

Hace poco, y con el objetivo de documentarme sobre el tema de fondo de este artículo, leía unas reflexiones de José María Ballesteri en relación al progreso urbano de nuestras ciudades desde los años sesenta, década marcada por un desarrollo económico acelerado que impactó en el crecimiento desordenado de muchas de nuestras ciudades; crecimiento que acabaría generando no pocos problemas, hoy afortunadamente superados, de carácter social y urbanístico.

Como apuntaba Ballester, la desaparición de barrios como “La Esperanza” (y otros similares en Madrid o Barcelona) nos priva de un testimonio esencial para entender las viscisitudes de la vida cotidiana hace apenas cuatro décadas.

“La Esperanza” y la “Anilla Mediterránea” nos invitan a viajar en el tiempo; a comprobar contemplando la dermis de nuestra ciudad como éramos ayer y como anhelamos ser mañana. La propia concepción de la Anilla actualiza la forma de entender la cohesión social y el equilibrio territorial a los estándares, demandas y necesidades ciudadanas de la Tarragona del siglo XXI. Cuando aún asoman los viejos cascotes de “La Esperanza” entre la tierra y la maleza, se va abriendo paso para siempre una gran zona verde y unos extraordinarios equipamientos para la práctica deportiva y el ocio saludable.

La Anilla y el desarrollo de la zona comercial y residencial contigua (conocida como el “Plan Parcial 10”) representan, pues, la respuesta a algunos de los retos a los que se enfrenta nuestra ciudad: facilitar el acceso a la vivienda, generar nuevos crecimientos urbanos bajo premisas de sostenibilidad y cuidado por el entorno, reforzar nuestra capitalidad comercial, así como una defensa del acceso igualitario a servicios públicos locales para todos los tarraconenses.

Ese es el verdadero legado de los Juegos Mediterráneos; un legado del que sentirnos orgullosos y que no sólo tiene que ver con grúas y hormigón; un legado en forma de ilusión colectiva que refuerce el sentimiento de pertenencia de todos los tarraconenses para con su ciudad, un sentimiento del que no quede ajena la (casi) olvidada “Maria Follones”.

Javier VILLAMAYOR 
Teniente de Alcalde y Comisionado de los Juegos Mediterráneos Tarragona 2018

Tag(s) : #Consistori, #PSC, #JOCS 2018, #Javier Villamayor
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